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¿En dónde está Gutiérrez?

Viaje a un pueblo que sufrió la guerra y ahora la recuerda

 

Texto: Santiago Ramírez Baquero y Valeria Cuevas González

En el interior de Colombia, por los caminos que delimitan las montañas, se pueden contemplar las casas pequeñas de madera y pintura desgastada, distantes unas de otras, que conforman el paisaje a 75 kilómetros de Bogotá. Entre las curvas perfectas que da la cordillera por la vía al Llano, se esconden los caminos que conducen a los municipios del oriente de Cundinamarca, donde la vida se desarrolla en un ritmo rutinario y tranquilo.

 

En ellos, las cicatrices de una guerra violenta y sanguinaria no han desaparecido, pues son las cruces que llevan sus habitantes, que viven lejos de todo, su mundo es el campo, el silencio, el salir adelante. El dolor tiene rostro, en él, reposa una mirada distante y aguada cuando rememora los fantasmas que escribieron su historia. En Gutiérrez, uno de los municipios más grandes del departamento, el aire se siente más fresco y por todas partes hay paisajes, en especial, porque está ubicado entre tres montañas que dan camino al Huila, Meta y al Páramo del Sumapáz. Y desde una de ellas, llamada Roca del Salitre, se alcanzan a vislumbrar aproximadamente nueve cascadas, que en los días fríos y nublados son más notorias que en los soleados.

 

El camino para llegar es una trocha de barro y piedras que nos juega una mala pasada y nos obliga a detenernos por una pinchada. A los pocos minutos, la camioneta roja que veníamos persiguiendo desde el deslizamiento se devolvió porque no nos volvió a ver. El conductor se bajó para ayudarnos y luego de superar el contratiempo condujimos –siendo las seis de la mañana- hacia el pueblo de Fosca. Allí invitamos a nuestro ayudante Héctor Alirio Pabón a una charla con tinto en señal de agradecimiento.

 

Héctor sufrió la guerra.

 

A su hermano lo secuestró en 2001 el Frente 53 de las Farc, comandado en ese entonces por Henry Castellanos Garzón alias “Edison Romaña”. En ese mismo año se presentaron 1.208 secuestros extorsivos de los 16.123 que se dieron entre 1996 y 2012. “Al principio los guerrilleros me dijeron que nos encontráramos en un punto acordado de la montaña a la 1 de la mañana”, recuerda. Ese día llevaba en un maletín la suma de 100 millones de pesos. Después de una larga espera logró internarse monte adentro a donde llego a una pequeña cabaña en medio de la nada.

 

Se encontró con varios menores de edad con el fusil colgando del hombro, borrachos y fumando cigarrillos con alias Romaña. Pero su hermano no estaba.

- Su hermano no se encuentra aquí – le dijo el comandante del Frente 53 – le informo que le va a tocar dirigirse a Usme, al sur de la ciudad de Bogotá donde podrá encontrarlo.

 

A los pocos días lo llamaron diciéndole que tenía que presentarse con 20 millones más. Pudo recuperar a su hermano, que tenía en su posesión el dinero suficiente para salir de aquellas garras.

 

Por esa zona del oriente del departamento lo conocen mucho. Varios se acercan a saludarlo, seguramente porque fue elegido alcalde del municipio de Cáqueza para el periodo 2001 – 2003, época en donde los mandatos municipales duraban tres años. Época de Uribe en el poder.

 

“En el plebiscito la mayoría de la comunidad va votar por el no, por aquí somos muy allegados a las ideas de Uribe y fue él quien sacó a la guerrilla de aquí, porque imagínese, la única alcaldía que funcionaba era la de Cáqueza”, recuerda. Las alcaldías de Fosca y Gutiérrez no trabajaban por culpa de la guerrilla.

 

El fin de semana es el día de encuentro de los “compas” en la plaza. Los municipios en Colombia están organizados de una manera particular, bajo una iglesia, alcaldía, cafeterías y casas coloniales que redondean el centro de los mismos. Mujeres y hombres con el sombrero bien puesto, botas y su ruana, que, si no la tienen en el momento, una toalla de colores descansa sobre el hombro derecho, por donde también cruza la mochila. Unos con otros se saludan y cruzan palabras, anécdotas e historias. Los niños aprovechan la plaza para jugar un partido de fútbol y pocas casetas blancas dan resguardo a los alimentos que están por venderse: empanadas, helados, arepas y tinto caliente.

 

A Gutiérrez casi no llega prensa, radio ni televisión. Las personas conservan su rutina de producción de alimentos y otros quehaceres. Los niños van a la escuela que está en la entrada del municipio y en donde las paredes tienen mensajes de paz y de los sueños que ellos tienen para su hogar. La Alcaldía cumple sus funciones públicas y las pocas tiendas que rodean el municipio hídrico de Colombia tienen listas las cervezas y la música que a todo volumen esconde las conversaciones que tienen en las mesas de madera. Afuera de estos lugares y al lado de sus usuales puertas cafés, hay bancas alargadas en donde los gutierrenses se sientan en algún momento del día para contemplar la escena que les ofrece el pueblo.

 

Jorge Armando Moreno, párroco de Gutiérrez en 1991, pensó que era un policía borracho lanzando tiros al aire. Se asomó al balcón y dijo que vio a cerca de 60 guerrilleros de las Farc entrar agazapados a la plaza. En realidad, eran 80 guerrilleros que arremetieron el 8 de julio de 1991 contra el comando de la Policía de Gutiérrez, que hoy es solo una ruina. El saldo fueron 36 militares muertos los que dejó aquella masacre, una de las 2.087 que se presentaron entre 1983 y 2011. En Colombia el 19% de las víctimas, que equivalen a 40.787 muertos, corresponde a combatientes.

 

La toma obedecía al plan estratégico de las Farc acordado en la 8va conferencia de guerrilleros celebrada en 1993 y que correspondía al avance de la guerrilla hacia la capital por medio de ataques y tomas que se debían prolongar hasta 1999 para así llegar fuertes al proceso de paz en San Vicente del Caguán.

“A mis sobrinos los secuestraron en 1990, en la vereda de Rio Chiquito aquí en Gutiérrez. Tenían 10 y 12 años en ese entonces”, dice Luis Romero. El encargado del reclutamiento fue el comandante Álvaro alias “el Porrón”.

 

Luis nació en Gutiérrez y lo conoce todo como la palma de su mano. Es el líder que la comunidad eligió, más allá de títulos y cargos públicos. Lleva 12 años siendo Concejal del municipio, va para su tercer periodo. Y en medio de todo, se enorgullece de saber que sus documentos reposan en la Procuraduría General de la Nación, el Ministerio del Interior y en la Fiscalía. Con ellos, consiguió que las Farc se fueran de Gutiérrez, pero no ha logrado lo más difícil, reconstruir la memoria de sus vecinos, víctimas de un conflicto largo al que el gobierno aún es indiferente. 

 

A Luís le ha tocado dormir en el monte, escapando de su casa varias veces. Su caminar es lento, pausado, meditativo. Su mirada fija y azulada muestra desconfianza al primer acercamiento, pero luego las coronas de oro relucen en su tímida sonrisa. La mochila y la ruana nunca le faltan. Es todo un personaje en Gutiérrez.

 

Desde 1997 comenzó a ser perseguido, a raíz de una denuncia que hizo.  Las Farc llegaron en 1991 a las veredas, a saquear las fincas y reclutar a las personas. Golpearon a la puerta de Luis, llevándose a sus sobrinos a la fuerza, por órdenes de “Porrón”. Alberto y Néstor, sobrinos de Luis estuvieron durante cuatro años en las Farc. Néstor logró volarse en Gutiérrez, Alberto lo intentó, pero lograron capturarlo de nuevo. En una reunión de escuadra el comandante fue el único que votó para que sobreviviera. Alberto fue trasladado al Caquetá donde finalmente lo mataron.

 

Y a los tres años siguientes, “Richard” otro comandante del Frente 53 llegó por los cuatro sobrinos que le quedaban a Luis,  quien no vio otra salida que sacar a la familia de la vereda. Se desataron una serie de amenazas hasta para su familia, que fue con lo que la guerrilla se desquitó. La finca quedó abandonada en 1994. No ha vuelto por su seguridad.

 

Varios estudios han estimado que entre 14.000 y 18.000 menores fueron reclutados entre 1988 y 2012. Sin embargo, la única cifra cierta ha sido las 5.105 víctimas de reclutamiento infantil que pasaron por el ICBF de los cuales el 87,5% corresponden a la guerrilla. Colombia es el único país del hemisferio occidental en donde los menores de edad han sido reclutados por grupos armados, incluyendo el ejército.

 

El Frente de Romaña hacía de las suyas en Gutiérrez, los guerrilleros andaban tranquilos por el pueblo. Obligaban a la gente a que se les diera comida una vez por semana y se hospedaban allí. Les hacían llevarles bultos de papa a los cambuches. Intimidaban a las personas, intimidaron a Luis. Las Farc mandaban en Gutiérrez.

 

Romaña llegaba al pueblo y llamaba a la gente por altavoz, con lista en mano, para que se unieran a la lucha armada. “Las mismas personas del miedo les decían: oiga vea que lo están llamando en la plaza”, recuerda.

Luis huyó de su pueblo. No quería a otro sobrino muerto.

 

Se fue a vivir a Soacha, al barrio San Mateo. Con cuatro de sus sobrinos que no quería perder. Que no quería que corrieran la misma suerte que Néstor y Alberto. En 2002, se cansó del desplazamiento. Demandó a la nación por negligencia al momento de enviar fuerzas militares a una zona invadida por la guerrilla. En ese mismo año vuelve a Gutiérrez con el fin de sacar a las Farc de allí. “Si ustedes no se van voy a hacerles la pelea armando al pueblo”, los amenazó.

 

El pecado que Luis cometió fue solicitar al gobierno la protección de los municipios. Al ver cómo se estaban apoderando violentamente de su territorio, Luis se convirtió en líder de su comunidad. Aún más, después de la muerte de sus sobrinos, comenzó a radicar documentos escritos a mano pidiéndole al Estado el control del orden público, y aunque el Ejército logró la liberación de cinco secuestrados hace muchos años, el gobierno no ha reglamentado ningún beneficio.

Ha visto la muerte de frente varias veces, pero tal y como lo afirma, “no hay nadie que le gane al poder de Dios”.

 

“Todas son mentiras y falsedades, por eso hoy día el pueblo colombiano no cree en el plebiscito ni cree en nada de esas mentiras, porque todo eso son mentiras políticas. Empezando por mí, porque yo no le creo al gobierno, conmigo ha sido falso como líder y colombiano, no le infundo eso a la comunidad, pero a mí me han fallado”, se queja. Así es como Luis ve el tema de la paz en el país, porque si el gobierno fuera concreto y enviara ayuda a las víctimas, pues muy bien, pero no ha sido así. Gutiérrez se ha mantenido por la comunidad, no por nadie.

 

La vida en Gutiérrez se volvió tranquila, cada uno hace sus actividades, pero ya sin temor. Llevan una rutina trabajosa, pues con sus manos se ganan la vida y sostienen sus hogares. Las cicatrices de la guerra quedaron en algunas estructuras arquitectónicas y en las historias de los gutierrenses.

 

Pero eso es sólo un capítulo, porque líderes como Luis Romero y Héctor Alirio Pabón a través de una administración pública de bajo perfil y pasos de gigante en sus comunidades han ayudado a alejar la guerra de su tierra. Y han dado herramientas para que los habitantes de las casas de madera y pintura desgastada escriban su historia de Paz, sin esperar que alguien lo haga por ellos. Por lo menos, a asegurarse de que algún día podrán regresar sin miedo a los lugares que fueron forzados a abandonar.

 

De la guerra hay secuelas pequeñas, como el miedo de que “si no es con ellos (Guerrilla), es con otros”. Las víctimas del conflicto armado en Gutiérrez hablan de sí, de la paz, del perdón, pero con condiciones. No tienen mucha información al respecto, porque nada llega, ni el Estado, siguen viviendo en el anonimato. Aún no se sienten tenidos en cuenta, porque después de que la guerra acabó de presenciarse, nadie volvió a ver cómo estaban. Pero así, quieren la paz, cerrar el capítulo, pero que se pague el dolor que ellos siguen padeciendo y que siempre cargara con ellos.  

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